Nadie sabe ni cuándo ni cómo vendrá la próxima crisis económica. La economía es un sistema complejo en el que la predicción en el medio plazo es casi imposible. Sin embargo, sí que podemos identificar las fallas de nuestra economía y augurar que la próxima crisis, que tarde o temprano llegará, incidirá con alta probabilidad sobre tales debilidades.
Las cinco fallas principales de la economía española actual son las cuentas públicas, la productividad, la estructura de nuestras exportaciones, el sistema financiero y la fragmentación política en el Congreso.
Primero, España mantiene un serio problema de cuentas públicas en el corto y en el largo plazo. En el corto plazo, el déficit estructural de las administraciones públicas, es decir, el déficit descontado el efecto del ciclo económico, ronda el 2,5% del PIB y las medidas de política fiscal desde 2015, en especial en los últimos seis meses, han deteriorado esta cifra. Mientras que un 2,5% de déficit estructural pudiere parecer asumible, nos deja expuestos a una situación en la que un cambio de ciclo y una subida de los costes de financiación de la deuda pública nos devolvería, en apenas unos meses, a un déficit de al menos un 7%.
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Segundo, España sigue fracasando en incrementar su productividad. Los cuatro últimos años de nulo crecimiento de la productividad se acumulan sobre ya muchas décadas de desengaños en esta dimensión.
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Tercero, España está expuesta a una estructura de exportaciones frágil. La capacidad de exportar de muchas de nuestras empresas ha sido un motor fundamental de superación de la crisis: hoy exportamos más, como porcentaje del PIB, que Francia o Italia. A la vez, nuestras exportaciones se concentran en sectores, como el automóvil o el petroquímico, muy expuestos al cambio tecnológico. Por ejemplo, está por ver cómo la industria nacional del automóvil, una de nuestras “estrellas” exportadoras, se adaptará a la electrificación. De igual manera, nuestras exportaciones se concentran en exceso en Europa Occidental, con poca penetración y escaso crecimientos (incluso caídas) en mercados fundamentales para el futuro como India.
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Cuarto, el sistema financiero español sigue siendo frágil. Primero, nuestros bancos tienen el menor ratio de capital ordinario de nivel 1 (el de mayor calidad) de la eurozona, con la que su situación de solvencia es claramente mejorable. Segundo, dada la compresión de los márgenes de intereses, sus beneficios dependen más que nunca de los servicios bancarios y sus comisiones, quizás la actividad bancaria más expuesta a los cambios tecnológicos. Tercero, la crisis financiera ha provocado una fuerte concentración en el sector, lo que restringe y encarece el crédito, algo muy perjudicial para la actividad económica. Cuarto, el modelo de banca universal en nuestro país, caracterizado por una estrecha relación con el cliente, impide el desarrollo de otros segmentos de los mercados financieros.
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Quinto, España tiene un Congreso de los Diputados fragmentado, donde será difícil introducir medidas costosas políticamente en el corto plazo. La ausencia de impulso reformista desde 2013 puede prolongarse durante la nueva legislatura. Esta falta de impulso reformista es una pena pues nuestra economía ha demostrado, desde el Plan de Estabilización de 1959, y del que pronto se cumplirán 60 años, que es muy agradecida.
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Las reformas que ahora necesitamos y que nos prepararían para esa crisis por venir pasan por cerrar las cinco fallas descritas.